sábado, 31 de julio de 2010

Ríos de vida

Cada vez nos encontramos más lejos de la naturaleza, las ciudades apenas si conservan retazos de ella, en parques y jardines que en la mayoría de los casos no representan para nada la flora autóctona sino más bien se trata de colecciones de especies exóticas que sirven como adorno y a ser posible que no manchen el suelo de las ciudades ni lo llenen de hojas para así limpiarlo mejor.

Ante esta perspectiva los ríos, más alejados en parte de las ciudades se han ido convirtiendo a lo largo de los años en los grandes olvidados de nuestro entorno.




Con el paso de los tiempos la necesidad de agua nos hizo acercarnos a los ríos, vivir cerca de ellos para aprovechar su agua, su pesca, la riqueza de las zonas inundadas por ellos, sus bosques de ribera. Poco a poco el aprovechamiento fue convirtiéndose en invasión, las ciudades y los pueblos se fueron construyendo cerca de los ríos, en el entorno inmediato de sus cauces, sobre ellos. En las grandes ciudades algunos ríos fueron sepultados bajo el hormigón, haciéndolos desaparecer. El error nos ha llevado a considerarlos seres inertes a los que podíamos en el mejor de los casos, sólo encajonar entre piedras y hormigón sepultando incluso su cauce, robándoles su espacio de libertad.

La falta de este espacio hace que los ríos, normalmente tranquilos, cuando se desatan lleven por delante todo aquello que encuentran. Las casas que les hemos construído encima, el hormigón que les hemos puesto en las orillas, las carreteras con las que los hemos cruzado,...

Pero no sólo los hemos dañado así, los hemos utilizado de vertedero, y aún se sigue haciendo en muchos lugares, los hemos maltratado con lejías para pescar, los sobreexplotamos pescando por encima de los cupos establecidos y por debajo de las tallas obligatorias, culpando después a cormoranes y otras aves de la falta de pesca.

Los ríos son caudales de vida. En su interior conviven gran cantidad de especies que dependen de la calidad de las aguas, de la cantidad de ellas, de la cubierta vegetal, de la temperatura del agua y la cantidad de oxígeno que hay disuelta en dentro.

La destrucción de la cubierta vegetal eleva la temperatura del agua, disminuyendo la cantidad de oxígeno y el caudal de agua, lo que hace que muchos animales mueran. La contaminación de los ríos disminuye la calidad de las aguas y con ello el número de especies, fundamentalmente larvas de insectos que viven en su interior y que son el alimento básico de truchas, reos y salmones.

Con la introducción de especies exóticas hemos conseguido hacer casi desaparecer especies como el Cangrejo autóctono de río, Austrapotamobius pallipes, perteneciente a un grupo de animales que ya vivían en el cretácico inferior hace algo más de 110 millones de años.

¿Porqué llevando apenas 2 millones de años sobre la Tierra, nos creemos con más derecho que especies con semejante historia?

Recientemente algunas administraciones comienzan a mostrar algún interés por la recuperación de estos importantísimos caudales de vida. Pero aún los esfuerzos son pequeños, puntuales y sobre todo no uniformes en el territorio nacional.

De ellos es el agua que bebemos, las truchas que comemos, los palillos que utilizamos, pero mientras primen en España los campos de golf que se riegan a mediodía, los cultivos de regadío por inundación en tierras de secano, la cultura de los ríos vertedero a los que tirar una batería de coche o en los que desembocar los desagües de nuestras casas o en los que construir, negro futuro le espera a estos cauces de vida.

Démosles a los ríos su espacio de libertad.

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